¿El resultado? La actual epidemia mundial de obesidad que nos afecta no sólo se debe al tipo de comida que está eligiéndose, sino también a las cantidades que se consumen y al sedentarismo. El aumento de peso se asemeja a una simple ecuación matemática: si una persona consume más calorías de las que gasta, entonces ese exceso de energía se acumula en forma de grasa en el organismo. ¡Medio kilo de grasa son 3.500 calorías que se tienen en reserva en el cuerpo! Si se consumen 100 calorías extra todos los días, al cabo de un año se sumarán unos diez kilos extra. Unas 100 calorías equivalen a una porción de helado, o media barra de cereal, o un chocolate pequeño, o ¾ taza de papas fritas, o un vaso de jugo… en definitiva no es tan difícil comer 100 calorías más.
Más grande no siempre es mejor. Mantener un peso saludable implica consumir alimentos adecuados en cantidades precisas, dependiendo de la actividad que se realice. Si se presta atención a nuestro alrededor, constantemente estamos siendo bombardeados por anuncios que ofrecen porciones más grandes.
Lamentablemente, la industria alimentaria, al igual que los restoranes y cadenas de comidas rápidas, expanden las porciones para seducir al consumidor.
Estas porciones, cada vez más distorsionadas, promueven un hábito poco saludable: la gente come hasta sentir que “el estómago explota” en lugar de dejar de comer cuando se siente satisfecha. Mientras más comida sea puesta delante de los ojos, más se comerá. Esto ocurre incluso en personas que cuidan su peso.
Lo que nos enseñaron de niños de “limpiar el plato”, y el tiempo que transcurre entre lo que comemos y el momento en que nuestro cerebro recibe la señal de saciedad —de 15 a 20 minutos— son factores que hacen que comamos todo lo que tenemos delante. El resultado es que perdemos la capacidad de darnos cuenta de nuestra señal de saciedad y de regulación de lo que se ingiere.
Tal como se mencionó anteriormente, el consumo de calorías extra lleva al aumento de peso, lo que incrementa el riesgo de padecer enfermedades como cardiopatías, diabetes, hipertensión, e incluso ciertos tipos de cáncer, sin mencionar la discriminación social, y la baja autoestima.
El primer paso para alimentarse con conciencia es saber cuánto se está comiendo, lo cual es más difícil de lo que parece, ya que el ser humano tiende a subestimar la cantidad de calorías.
Por lo general, las guías nutricionales sugieren consumir porciones de cereales, de verduras y frutas, de lácteos, las cuales se miden en tazas, cucharadas o gramos, pero muchas veces distan de lo que realmente se sirve en el plato. Por ejemplo, una porción de pasta equivale a una taza ya cocida, pero resulta que en el plato solemos tener al menos tres tazas de fideos, ¡todas las porciones de cereales del día!
Estas porciones, cada vez más distorsionadas, promueven un hábito poco saludable: la gente come hasta sentir que “el estómago explota” en lugar de dejar de comer cuando se siente satisfecha. Mientras más comida sea puesta delante de los ojos, más se comerá. Esto ocurre incluso en personas que cuidan su peso.
Lo que nos enseñaron de niños de “limpiar el plato”, y el tiempo que transcurre entre lo que comemos y el momento en que nuestro cerebro recibe la señal de saciedad —de 15 a 20 minutos— son factores que hacen que comamos todo lo que tenemos delante. El resultado es que perdemos la capacidad de darnos cuenta de nuestra señal de saciedad y de regulación de lo que se ingiere.
Tal como se mencionó anteriormente, el consumo de calorías extra lleva al aumento de peso, lo que incrementa el riesgo de padecer enfermedades como cardiopatías, diabetes, hipertensión, e incluso ciertos tipos de cáncer, sin mencionar la discriminación social, y la baja autoestima.
El primer paso para alimentarse con conciencia es saber cuánto se está comiendo, lo cual es más difícil de lo que parece, ya que el ser humano tiende a subestimar la cantidad de calorías.
Por lo general, las guías nutricionales sugieren consumir porciones de cereales, de verduras y frutas, de lácteos, las cuales se miden en tazas, cucharadas o gramos, pero muchas veces distan de lo que realmente se sirve en el plato. Por ejemplo, una porción de pasta equivale a una taza ya cocida, pero resulta que en el plato solemos tener al menos tres tazas de fideos, ¡todas las porciones de cereales del día!
Medir las porciones que se ingieren y compararlas con las porciones que recomiendan los organismos de salud puede ser una buena estrategia para equilibrar nuestra dieta
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